VIAJANDO EN SEPT-PLACE POR SENEGAL

En mi viaje fotografiando las aves de Senegal decidí visitar la región de Casamance, antaño lugar de conflicto de origen separatista y en donde hoy solo quedan los rescoldos de los intentos de alzamiento de este vergel del suroeste del país.

Partí desde la ciudad de Tambacounda con destino Ziguinchor, con la única opción de subirme en un sept-place (7 plazas) para realizar un trayecto de 400 km.
Para empezar, 3 horas de espera hasta conseguir a las 7 personas necesarias para emprender el viaje. Pongámonos en situación, 7 personas adultas apretujadas, más el conductor, en un coche de los años 80 absolutamente destartalado, alternando buenos asfaltados con polvorientas carreteras, durante 9 horas con 40º de asfixiante sol, ¿a que motiva?

LA CONEXIÓN AFRICANA

Pues créanme que después de tantos viajes por África, he sentido por primera vez la conexión africana, esa sensación de tomar parte en la forma de vida del sitio en el que estás. En el primer tramo, Tambacounda-Kolda (5 horas) compartí transporte con tres senegalesas que llevaban un niño y una niña a la cual contaminé, bienintencionadamente, con una ración europea de como tranquilizar a un niño que llora desconsoladamente, cuando aun le quedan 3 horas de carretera por delante, entraron en acción los Angry Birds.

Este tramo fue duro, ya que me pegó el sol durante todo el camino y además me empeñé en llevar la mochila con el material fotográfico sobre mis piernas para evitar algún golpe. Aquí hay que aprovechar las paradas ocasionales que hace el conductor haciendo algún recado, para estirar las piernas y evitar el mal de la clase turista, algo para lo que los senegaleses parecen estar inmunes.

SEGUNDO ROUND

Cuando llegué a Kolda no me podría creer que tenía que negociar un segundo sept-place y seguir otras 4 horas, pero así fue. Además, como llegue el 6º a comprar el billete (El coche no parte hasta que no se llenan las 7 plazas) me tocó ir en el gallinero, pero viendo el estrecho lugar que me tocaba, me resistí y alguien que estaba antes que yo, me cedió amablemente su magnífico puesto en el centro de dos adultos de 1,85m sobre una superficie irregular y con algo que se me clavaba en la espalda.

SÍ, LA COSA PODÍA IR A PEOR

Sinceramente no me podía creer que aguantaría todo el trayecto en esas condiciones, pero poco a poco fui encontrando la postura. Por el camino comenzó a entrar agua en cantidad por la ventanilla, que no era otra cosa que el orín de todas las cabras que llevábamos amarradas en el techo, bañando por completo a mi acompañante de la derecha. Fue entonces cuando la superficie irregular del respaldo, ya no dolía tanto. Al final tuve hasta suerte.

Pero aun quedaba semi atropellar a un burro, no lo matamos de milagro, perder por el camino el claxon, el cual volvimos a recoger y oler los vómitos de la chica que iba sentada detrás de mi, que junto al desahogo de las cabras y el olor a humanidad, formó un cóctel de difícil descripción.
Toda una experiencia local africana no apta para todos los estómagos.

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